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Paul y Michelle. Una historia de novela. (5/5)


LA NUEVA VIDA

Michelle había entrado en una nueva escuela y volvió a adquirir la importancia que solía poseer entre sus iguales. Por supuesto, otro chico cayó rendido ante ella, ante la vívida inteligencia de sus ojos y la carismática energía de su mente. Ella también se sentía atraída por este nuevo muchacho y además le venía muy bien aquella relación que iniciaron para conservar su estabilidad. Seguramente exageráramos si lo llamáramos amor, pero hubo un gran cariño y ofrecía un suelo firme que pisar.

Paul, por su parte, siguió adelante como única opción posible. Cierto es que lo hizo teniendo dos sombras, la suya y la de Michelle. Paul encontró también un nuevo amor, y seguramente también exageramos llamándolo así, pero fue más que cariño. En esta nueva relación Paul encontró donde guarecerse de su tormenta. En cierto modo fue como una relación terapéutica. Sin ser del todo consciente de ello, Paul estaba tratando su enfermedad michelliana con píldoras de amor subyugado. Esta chica le adoraba, él era para ella una enorme ventana al mundo y habría besado cada huella que él dejase sobre cualquier suelo. Él también la quiso, unas veces más que otras. Permaneció junto a Mónique –que así se llamaba la joven– varios años llevando una relación que, si bien no exenta de sus propios problemas, era suficientemente cómoda. Sin embargo, al igual que un pájaro herido que tan pronto sanan sus alas sigue su instinto de volar, Paul empezó a sentir su propia llamada de libertad. Pasados los años, ya no estaba moribundo, las heridas más profundas y sangrantes estaban cicatrizadas y aquel confortable hogar que Mónique le había proporcionado, se quedaba pequeño al poder extender de nuevo sus alas.

Durante estos cinco largos años Michelle y Paul estuvieron en contacto, esporádico pero constante. Paul, en cierto sentido, velaba por su bienestar en la distancia y Michelle a su modo, velaba por su propia memoria en la mente de Paul.

Por supuesto el uno sabía de la nueva relación del otro y de hecho, en más de una ocasión intercambiaban impresiones. Esta extraña connivencia era posible porque su amor había dejado atrás todos los convencionalismos a los que el resto del mundo está acostumbrado. Michelle estaba segura de que nadie había cambiado nada en realidad, que se estaban curando para en algún momento volver a estar juntos. Sin embargo esto no era así por parte de Paul. Él había sanado hasta tal punto que deseaba seguir sano y no contemplaba la idea de volver al lado de Michelle. De hecho, incluso sus sentimientos habían pasado de fuego incontrolado a luz indirecta. Ya no sentía el amor desatado, y el fulgurante brillo de los ojos de Michelle ya no podía doblegar su alma. Incluso ante su belleza podía mantenerse fuerte. Había tomado el control de sí mismo ante su presencia, tanto en su imaginación como en la realidad. Ahora era como una amistad aristotélica, tan cerca del amor que pudiera confundirse con él pero sin llegar a hacerlo. Paul estaría siempre conectado a Michelle a través de unos hilos inmateriales resistentes a cualquier fuerza. Cuidaría de ella hasta en el mismo infierno. Pero ya no deseaba estar a su lado.

Michelle, sin embargo, estaba como esperando su momento para regresar y daba por sentado que Paul sabía que ella había estado preparándose durante todo aquel tiempo para poder ofrecerle una vida…cómo decirlo, normal. Michelle puede que estuviera casi curada cuando decidió poner fin a su relación con Ichiro – que así se llamaba el joven–con quien había compartido aquel tiempo lejos de Paul. Pero a pesar de su mejorado estado, cuando decidió regresar era ya muy tarde.

Las heridas de Paul habían dejado de doler convirtiéndose en cicatrices como orugas metamorfoseadas en mariposas. Paul había cambiado y ya no soñaba con una vida junto a Michelle. La amaba, como siempre lo haría, pero ya nunca jamás volvería a amarla por encima de sí mismo y ese era el único amor capaz de soportar estar con Michelle.

Michelle podría compararse con el Sol. Magnífica. Única. Todo cuerpo que se acercara orbitaría a su alrededor. A la distancia adecuada, sería origen de la vida y sostén del más maravilloso equilibrio. Sin embargo, demasiado cerca te abrasaría, te consumiría y reduciría a cenizas del mismo modo que acabará reduciéndose a cenizas a sí misma, como el Sol, consumiendo su propio ser hasta extinguirse.

Michelle podría haber sido lo que hubiera querido si lo hubiera querido de verdad, pero ese era uno de sus grandes problemas. Lo quería todo y por no elegir, no quería nada. Paul trascendió la sombra de dolor y sufrimiento que Michelle le había procurado, se liberó de su fuerza gravitatoria y dejó de orbitar a su alrededor. Había estado demasiado cerca de convertirse en cenizas.

Cuando Michelle regresó, confiaba en que todo volvería a ser como debía. Ella y Paul. Paul y ella. No había otra opción. Eran almas gemelas. Amor verdadero inmune a los azotes del tiempo y el espacio. No estaba equivocada. Pero había algo a lo que su amor no era inmune y ese algo era ella misma.

Cuando Michelle regresó encontró que Paul no solo había extendido sus alas abandonando su cómoda aunque forzada relación con Mónique, sino que había conocido a otra persona. Alguien importante. Alguien capaz de hacerle sentir de nuevo en llamas. Ese alguien era Cloe. El amor entre Paul y Cloe merece sus propias páginas porque es otra historia, pero es necesario decir para comprender su significado e importancia, que Michelle sintió, por primera vez, verdadero miedo de perder a Paul para siempre.

Una vez de vuelta empezó a llamar a Paul con cierta frecuencia para verle e intentar recuperar terreno poco a poco. Paul estaba con Cloe y aunque Michelle lo sabía, él procuraba no hacer mella en la herida. No obstante eso no era más que un roído paño caliente sobre una herida de quirófano. Michelle no tardó demasiado en confesar sus sentimientos e intenciones. Estaba ahogándose en culpabilidad y arrepentimiento. Le dijo a Paul cuánto le amaba, que era el gran amor de su vida y que tras tantos años solo deseaba volver a él, crear un hogar y reparar tanto daño causado. Le prometió que estaba mejor, que su tratamiento y su adquirida madurez la habían hecho mejorar tanto que podía llevar una vida normal, que quería llevar una vida normal y que quería hacerlo a su lado. Le rogó perdón no solo por todo el dolor que le había causado, sino también y especialmente, por no haber vuelto antes. Por volver ahora, tan tarde, con el amor y la vida que él tanto le había pedido. Perdón por haber tardado tanto en estar preparada para él, para ellos.

En aquel momento, aquella noche, Paul no dijo nada de todo lo que podría haber dicho. Solo aceptó el beso que Michelle le ofrecía y sin hacer nada para evitarlo, se dejó llevar e hicieron el amor. Paul amaba a Michelle pero ya no estaba enamorado de ella. Ahora era Cloe la persona a quien le había entregado el corazón de un modo terriblemente similar a como se lo entregó a Michelle años atrás. Sin armas. Sin escudo. Entero.

Michelle gastó aquella noche su última bala. Pasados unos días Paul decidió que debía ser honesto con Michelle hasta las últimas consecuencias. Incluso cuando ello significara romper su corazón.

Paul se había quedado como suspendido en una nebulosa de ironía y tristeza. Ironía por tener a Michelle ofreciéndole ahora lo que llevaba suplicándole durante más de una década y ya no quererlo. Tristeza por tener a Michelle pidiéndole lo que él había querido entregarle durante más de una década, y ya no tenerlo.

La vida parecía tener un macabro sentido del humor. Pero la verdad era que había acabado. Aquella historia de amor destinada a la eternidad, había llegado a su fin, y lo hacía contemplada por su mirada de libertad. Se había despojado de sus ásperas sogas, y ya no volverían a estrangular más su cuello, sus pies y sus manos.

Paul le intentó explicar cuánto la amaba y le dijo que nada ni nadie podría jamás cambiar eso. Sin embargo, su corazón ya no le pertenecía más a ella. Le dijo que la perdonaba. La perdonaba por todo. Sin embargo Michelle no quiso su perdón, no lo quiso porque sabía que la perdonaba porque ya no le dolía, porque ya no le importaba. Cuando Paul le dijo que todo se había acabado, Michelle montó en cólera y demostró lo enferma que podía llegar a estar. Este último y definitivo choque frontal abrió un abismo entre ellos. Un abismo que Paul no intentaría salvar.

Michelle quedaría varada a la orilla de un mar muerto y bebería por siempre el agua salada del arrepentimiento y la impotencia. Saber que Paul había superado su historia la hacía sentir como un castillo de arena desapareciendo a cada golpe de espuma. ¿Cómo mirar ahora hacia delante? ¿Cómo? Si todos sus sueños y esperanzas estaban guardados en los bolsillos de Paul. Ahora el futuro se tornaba amenazante, oscuro y frío. Además sabía que su enfermedad no contribuiría a mejorar las cosas. Era como cuando a mitad de un libro sabes exactamente cómo acabará la historia y ya no quieres continuar pasando páginas. Se acabó. En ese mismo instante, aunque aún quede mucho por leer, se acabó porque acabó para ti.

Cierto es que nadie le hubiera augurado un gran futuro en aquellas circunstancias pero ella lo veía todo aún peor de lo que en realidad era porque no tenía a Paul, no tenía su amor y eso lo hacía todo peor de lo que fuera en realidad.

Paul a pesar de que siempre llevaría a Michelle en su corazón y la protegería como si fuera un diente de león, haciendo cualquier cosa para que no la deshiciera el viento. Siguió adelante con su vida, con la vida que había después de ella, y guardó por siempre en su corazón aquella historia de novela.

 


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