Paul y Michelle. Una historia de novela. (1/5)
- Laura Podadera
- 12 oct 2016
- 3 Min. de lectura

Se marchó, sus pies se hundían con cada paso arrastrando con ellos a su corazón, sabía que no volvería a verla más que cuando cerrara los ojos. Mientras se alejaba de Michelle sintió cómo se apretaban sus mandíbulas, cómo la sangre presionaba su sien y el corazón golpeaba su tórax con tanta fuerza que parecía abrirlo. Su pecho subía y bajaba con rapidez, al vaivén del estrés de sus pulmones tratando de respirar mientras su garganta se cerraba. Las lágrimas se agolpaban en sus ojos esperando impacientes al total derrumbe de su voluntad para poder correr libres por sus mejillas. Una sensación de angustia, de nerviosismo, de ansiedad incontrolada hizo que, tras girar aquella esquina, sus piernas se vencieran y quedara allí, en cuclillas, gritando sin separar los dientes mientras las yemas de sus dedos presionaban fuertemente su cráneo. Iba a estallar. Paul era consciente de que, aunque seguiría vivo sin ella a su lado, su vida acababa de quedar para siempre sin sentido.
Ella se quedó de pie, mirándole cuando él comenzó a marcharse. Sus brazos caían a cada lado de su cuerpo como si pesaran tanto como su dolor. No podía moverse y apenas podía respirar. Observaba el cuerpo de Paul caminando en sentido contrario a sus sentimientos. Un paso, luego otro. El movimiento de sus hombros delataba el atropello de su respiración. Ella sabía que él se marchaba aun cuando lo único que deseaba era quedarse con ella para siempre. Eso hacía aún más dolorosa la culpa, aún más inmenso el fracaso y aún más intenso el dolor. Le amaba. Michelle le quería como a la luz, como a la música o al cielo. Lo quería por lo que él le mostraba, por cómo la transformaba y por la sensación de libertad que le inyectaba. Ella le amaba como al amor, como a aquello que se sueña…y él se iba. Le miraba marcharse como los viejos deben mirar la juventud, el desgarro de su ausencia era maximizado por la terrible nostalgia de lo que ya no serían nunca.
Terminaba una historia que, en realidad, era eterna. No volvería a pasear por las calles con el dulce peso de su brazo sobre sus hombros, y tampoco sus manos volverían a penetrar la profundidad de su pelo, pero sus almas estaban y estarían por siempre unidas por un hilo invisible que nada habría de romper.
Aquella noche jamás la olvidarían ninguno de los dos. Recordarían la humedad que había en el aire, el frío que calaba las ropas hasta alojarse en los huesos. La luz de las farolas difuminada por las minúsculas gotas de agua en suspensión. Recordarían el silencio que lo inundó todo después de sus voces. Llegó súbitamente y sus cuerpos temblaron con la vibración de su eco vacío.
Su olor al abrazarse por última vez penetraría por sus fosas nasales hasta instalarse en su cerebro como un chip. El resto de sus vidas, al oler ese aroma o tan siquiera uno parecido, su cerebro colapsaría de recuerdos y ardería de amor acumulado, dejándoles perdidos durante largo tiempo en un mundo paralelo donde los dos existían. Aquella noche marcaría sus vidas y sus almas para siempre.
Michelle quiso morir, deseó con todas sus fuerzas morir. La culpa era insoportable.
Ella sabía que estaba enferma, que necesitaba ayuda para controlar su mente y acallar las voces, llevaba mucho tiempo luchando contra sí misma y siempre salía perdiendo. Hacía tiempo que las drogas habían empeorado su situación y que su comportamiento era cualquier cosa menos uno que hiciera posible que alguien permaneciera a su lado. Ni tan siquiera él, con todo aquel inmenso amor.