top of page

LOS ZAPATOS AZULES

  • Laura Podadera
  • 20 ago 2016
  • 4 Min. de lectura

No supo qué pero algo le despertó de repente. Abrió sus enormes ojos azules y lo primero que vio fue la lámpara con forma de nave espacial que colgaba del techo.

Dejó caer su mirada hasta la pared frente a su cama y allí se detuvo escudriñando la superficie del escritorio desordenado. Debo guardar toda esa ropa tirada en la silla o mamá se enfadará – pensó– y recoger todos esos cuadernos, colores y papeles hechos bolas arrugadas.

Su mirada continuó el viaje a través de la habitación, esta vez, hacia la pared de la izquierda donde se encontró con la luz que entraba por la ventana. Uff – gimió–, mientras cerraba fuertemente sus párpados y giraba su cabeza hacia la pared opuesta. Abrió de nuevo sus ojos y allí estaba su armario, medio abierto. Podía ver los zapatos tirados delante de la puerta. Finalmente llegó hasta su mesilla de noche donde le aguardaba su lámpara con forma de globo terráqueo que le encantaba. Conocía casi todos los países gracias a las largos ratos que cada noche echaba mirándola antes de dormir. Se quedó con sus ojos fijos en ella y pensó que no tendría tiempo suficiente, aunque viviera muchos años, para visitar tantos lugares. Se le ocurrió entonces que aquellos zapatos azules que tenía tirados delante de su armario podrían ser mágicos y llevarle a cualquier parte que él deseara sólo con saltar con ellos puestos mientras gritara el nombre de a dónde quería ir.

Saber que esa idea era imposible no fue obstáculo para que se instalara cómodamente en su cabeza de pelo color de fuego, alborotado igual que las llamas. De repente ya no podía estar más tumbado y quieto en su cama de sábanas azules. Se quitó súbitamente el edredón de superhéroes que le cubría hasta el pecho y se sentó quedándose mirando muy intensamente sus zapatos mágicos.

Vamos a ver hasta dónde podéis llevarme – les dijo en voz alta –. Se los calzó tan deprisa como pudo y se irguió quedándose unos segundos quieto, de pie, con la cabeza agachada, mirándolos. Salió corriendo de su habitación, dejando la puerta abierta sin importarle que su madre pudiera ver lo desordenada que la tenía. Cruzó el pasillo y bajo las escaleras como si fuera la mañana de Navidad. Saltó los tres últimos peldaños y estiró su tronco lo más que pudo para abrir la puerta sin tener que dar ningún paso hasta ella. Sin cerrarla siguió corriendo hasta colocarse a una distancia que le protegiera de cualquier mirada.

Era una hermosa y cálida mañana de verano, los rayos del sol tocaban las puntas de las altas hierbas que se mecían suavemente empujadas por la brisa. Miró a su alrededor y pensó que vivía en un lugar muy hermoso pero que aún así, deseaba con todas sus fuerzas ver todos los lugares hermosos que había en la tierra. Aquella bonita pradera que rodeaba su casa no podía ser el único lugar en el mundo para él.

Allá vamos – se dijo–. Apretó los párpados con la fuerza del deseo y cerró sus puños, flexionó sus rodillas y saltó. Estiró su espalda en el aire llevando la hoguera de su melena hacia atrás y mientras caía gritó con todas sus fuerzas: ¡la Muralla Chiiinaaaaaa!

Sintió el suelo bajo sus pies pero mantuvo los ojos cerrados mientras estiraba sus piernas y bajaba sus brazos. Al mismo tiempo que abría sus puños abrió sus ojos. No podía creerlo. Allí estaba. Con su pijama rojo con Iron Man en el pecho y sus zapatos azules, de pie sobre la Muralla China.

Aquello era imposible, pero era. Sus zapatos eran mágicos y podría saltar por el mundo de un hermoso lugar a otro, teniendo así espacio suficiente para sus ilusiones que no cabían en aquella bonita pradera donde vivía.

Dio algunos saltos más antes de volver a casa. Visitó las pirámides de Egipto y la isla de Madagascar – había visto unos dibujitos sobre ella y tenía mucha curiosidad . Mamá estará preocupada – se dijo en silencio. Solo un salto más antes de volver. Y de repente ante el Taj Mahal. ¡Qué pasaaaada! – dijo en voz alta. Mi madre tiene razón, es un lugar que hay que ver alguna vez en la vida. Le diré que no se lo piense más y venga a verlo.

No tardó en recapacitar y darse cuenta de que no podía decirle a su madre que había estado allí. Ni en la Gran Muralla China, ni tampoco en las pirámides de Egipto. ¡Oh Dios! – pensó – ¿Cómo voy a guardar todo esto sólo para mí? ¿y dónde voy a decirle a mi madre que he estado todo el día? Será mejor que regrese. Ya se me ocurrirá algo. Y saltó gritando: ¡a caaasaaaa!

Allí apareció, justo donde estaba antes de dar su primer salto al mundo. En mitad de la alta hierba mecida suavemente por la brisa veraniega, aunque esta vez era la luz de la luna la que tocaba con timidez sus puntas.

Fue despacio hacia la puerta blanca de su casa, mirando a cada paso incrédulo, sus zapatos. Colocó su mano alrededor del pomo redondo y plateado y lo giró.

Un ruido. Fue un ruido seco y fuerte en el pasillo lo que hizo que de repente abriera sus enormes ojos azules. Se quedó mirando fijamente la lámpara con forma de nave espacial que colgaba del techo y su escritorio desordenado en frente, con la ropa colgando de la silla. La ventana, y la luz – ¡uff!- dijo, mientras abría de nuevo sus ojos buscando sus zapatos azules tirados delante del armario. Allí estaban, miró de nuevo a su lámpara del mundo y pensó tristemente: 0h, sólo ha sido un sueño. Tendré que aceptar que no podré ir a todas partes.

Su madre interrumpió su decepción abriendo la puerta de su cuarto muy tímidamente y le dijo: Cariño, ahora que has descansado, ¿por qué no me cuentas dónde estuviste ayer todo el día? Estaba muy preocupada.



Comentarios


Entradas recientes
Archivo
Sígueme
  • Twitter Basic Square

Laura Podadera Sepúlveda - 2016

  • Twitter - Black Circle
bottom of page